Alzheimer from Margaux Meulnart on Vimeo.
viernes, 20 de enero de 2012
Julià Fernandez
Etiquetas:
Abandono,
L'Alzheimer,
oblidar
Ubicación:
Lleida, Espanya
jueves, 19 de enero de 2012
TESTIMONIO DE UNA NIETA
Mi abuelo tiene Alzheimer.
Todo empezó un día, cuando mi abuelo se perdió por las calles de Madrid. Los últimos meses le notábamos raro, había empezado a olvidar cosas como fechas, nombres, etc. Esto sólo le sucedía en algunas ocasiones, pero mi madre, que es enfermera, comenzó a preocuparse, así que habló con los médicos de geriatría de su hospital .Por desgracia, le diagnosticaron Alzheimer. Mi abuela, mis tíos, mi madre... lo pasaron muy mal. Buscaron información y acudieron a AFALcontigo, donde mi abuelo hacía ejercicios de memoria. Durante los primeros años el avance de la enfermedad fue muy lento.
Era un señor muy culto y cariñoso, simpático, hablaba mucho con la gente, jugaba mucho con nosotras y nos hacía reír. Pero desde que le detectaron la enfermedad ha cambiado mucho, ya casi no vocaliza, no se le entiende cuando habla, y él no me entiende a mí, es como si oyera y no me escuchara. En ocasiones se vuelve un poco agresivo sin saber por qué, es una enfermedad muy difícil para él y para todos. Todavía nos reconoce, pero sé que llegará un día en que me olvidará a mí y a las personas que le rodean. No quiero que llegue ese día, espero que sea dentro de mucho tiempo.
Ya no se acuerda de cosas recientes, pero sí de su juventud y de su infancia. La gente no se imagina lo que supone esta enfermedad hasta que la vive, pensamos que los problemas sólo les ocurren a los demás y no a nosotros.
Al principio, cuando mi madre me lo contó, no pensaba que esto podía ocurrir, pero ahora me doy cuenta de que estaba equivocada. Hoy sólo quiero que mi abuelo me siga recordando.
miércoles, 4 de enero de 2012
UN DURO TESTIMONIO
"Cuidar de mi madre fue un regalo"
Cuando diagnosticaron depresión a mi madre (bueno, aún no he dicho
que yo era cuidadora, junto con mi hermano, mi cuñada, mi marido y mis
hijos de mi madre) acababa de morir mi padre y su comportamiento aún
parecía bastante “normal”. Pero después se rompió una cadera y, a
partir de ahí, todo era horrible. Quienes la atendíamos –que, en
principio éramos sólo mi familia- la llevamos al neurólogo. Le
diagnosticaron posible “enfermedad de Alzheimer”. Pese a que me pareció
que era lo peor que me podían decir; yo no era consciente de lo que
significaba esa enfermedad.
A los dos meses me di cuenta de que yo no podía hacerme cargo sola
de la situación y hablé con mi hermano. Decidimos cuidarla entre todos,
turnándonos. También movimos papeles y solicitamos centro de día y
residencia, por si un día nos hacía falta. Empezó a ir al centro de
día, pero volvió a caerse y se rompió la otra cadera. Ya no podía
ponerse de pié durante al menos tres meses. Supe que tenía que hacer
algo para entender su comportamiento.
Un día, fui a la Fundación Alzheimer España; me informaron
fenomenal. Empecé a hacer cursillos y a leer libros sobre la
enfermedad. También pasé a formar parte de uno de los grupos de
Respalz. Gracias a todo ello y al apoyo de mi familia, todo cambió.
Pude empezar a ver a mi madre como a una enferma, a la que lo único que
tenía que hacer era entenderla y descubrí que no sólo me era más fácil
llevar la enfermedad, sino que la cuidaba con tanto cariño y dedicación
que no me costaba ningún esfuerzo. Todo lo contrario, disfruté de mi
madre como nunca lo había imaginado: la aseaba; la besaba; nos reíamos
juntas; hacíamos terapia; salíamos al jardín en la silla de ruedas (ya
caminaba muy poquito); la llevaba a Misa todos los días, pues era muy
creyente. En definitiva, estaba todo el día con ella, ya que terminó
ingresada en un hospital y estuvo dos años. Nos turnábamos mi hermano
–que venía de fuera-, mis hijos y mi marido, que siempre estuvieron ahí
para lo que hacía falta. Después, para descansar los fines de semana,
la cuidaron Carmen, Yoli y Ros Meri, tres hermanas encantadoras que
atendían de mamá como nosotros.
Vuelvo a repetir que fueron los dos años más especiales y
gratificantes de mi vida, porque sigo diciendo que cuidar de mi madre
fue un regalo. Ella no me conocía , pero yo si sabía que era mi madre.
Sólo con ver esos ojos verdes tan bonitos mirarme con esa dulzura con
que lo hacía para mí era suficiente, y su risa, y su complicidad, a
pesar de ir perdiendo cada vez más vocabulario hasta apenas no hablar.
Bueno, que nos entendíamos perfectamente; como cuando yo la decía:
“mamá te quiero un montón” y ella me contestaba “yo también”...
Nos dieron plaza en una residencia preciosa y especializada en esta
enfermedad, “Fundación Reina Sofía”. Pese a que a los tres días de su
ingreso falleció, creo que hasta en eso tuve suerte: porque murió en un
sitio precioso como ella se merecía porque aparte de una madre, abuela,
bisabuela maravillosa y muy entregada era una gran mujer que solo pensó
en los demás.
No he dicho que mamá murió habiendo olvidado andar y hablar,
comiendo con jeringa, con unas escaras bastante considerables, sin
hablar y apenas habría los ojos. Cuando comía aspiraba más que tragar
y, en cuanto a respirar, ya no lo hacía bien, más bien soplaba, pues se
le estaba olvidando.
También me gustaría decir que mi madre, estoy segura de ello, estará
orgullosa de la decisión que, en su momento, tomamos mi hermano y yo de
donar los tejidos del cerebro. Hace días me llamaron para confirmar
que, después de la bioxia, efectivamente confirmaban que era Alzheimer
lo que había padecido. Deseo que esta donación, último acto de amor de
mi madre, contribuya a potenciar la investigación sobre esta enfermedad
y, así , que algún día sea posible saber por qué y de dónde viene.
Otra cosa que para mí fue muy importante fue buscar mi tiempo libre,
leyendo, escuchando música, acudiendo a las terapias de Ricardo (bueno,
de la Fundación Alzheimer España), saliendo con mi marido los fines de
semana..., en resumen: cuidándome para poder dar lo mejor cuando estaba
con mi madre.
Cristina Rojo, Cuidadora de su Madre.
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